Desde hace un tiempo en los Estados Unidos ha surgido una línea de trabajo en inclusión escolar, la cual reconoce que estudiantes que crecen en condiciones de vulnerabilidad y exclusión social experimentan un nivel de estrés (trauma), que genera barreras significativas para su participación en el proceso educativo. Esto se manifiesta en los estudiantes con: dificultad de concentración, conductas impulsivas, y retraimiento, entre otros aspectos. Hoy día, en el contexto de la emergencia sanitaria, esta situación de estrés se extiende en mayor o menor medida a todos los integrantes de la comunidad escolar. La incertidumbre, lo impredecible, la pérdida de empleos, el confinamiento, el peligro de contraer COVID-19, están afectando a nuestro país y esto repercute en la organización escolar.

La complejidad de la situación actual afecta la salud mental de los integrantes de las comunidades escolares. Esto implica que quienes lideran los centros escolares necesitan prestar mayor atención a lo que se ha identificado como principios de la denominada “educación informada para el trauma”. La educación informada para el trauma “es un marco de trabajo basado en las fortalezas, que se fundamenta en el entendimiento y la capacidad de respuesta a los impactos del trauma, que enfatiza la seguridad física, psicológica y emocional tanto para los proveedores como para los supervivientes, y que crea oportunidades para que los supervivientes reconstruyan un sentido de control y empoderamiento.”

Basándonos en una columna escrita por Lihi Rosenthal e Iracema Hromnik , compartimos las implicancias de estos principios para el liderazgo educativo. La pandemia que hoy tiene cerrada las escuelas, pero no a la educación que se imparte desde ellas, implica liderar con un foco en fortalecer un sentido de seguridad y agencia para que la comunidad escolar reconstruya sus relaciones y prioridades.